Todo lo que necesitás saber para divorciarte "bien"

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viernes, 16 de noviembre de 2007

TIPOS DE DIVORCIO (1era parte)

Existen varios tipos de divorcio. En nuestra opinión el más recomendable es el “de común acuerdo”, no sólo porque evita la escalada de conflictos emocionales, sino también porque en términos jurídicos es el más sencillo: no requiere que se prueben causales del divorcio, y conlleva un máximo de dos audiencias (o ninguna en los casos en que los cónyuges ya lleven tres años de separación de hecho). Son juicios de corta duración, generalmente no llevan más de unos meses, y el costo de los mismos es menor que el contradictorio.

El divorcio contradictorio o contencioso, es el que se origina cuando uno de los cónyuges se niega a divorciarse. En esos casos, el cónyuge que desea el divorcio, deberá probar que existen las causales previstas por la Ley, para poder lograrlo. Debe tenerse en cuenta que estos juicios son procesos largos, que de por sí representan una escalada de conflictos, y por ende son emocionalmente desgastantes y dolorosos (sin contar que además son más caros).

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viernes, 9 de noviembre de 2007

LA ELECCIÓN DEL ABOGADO


Seguramente nadie con sentido común acudiría a un traumatólogo para tratarse un acné, ni concurriría a un clínico general para encarar un tratamiento oncológico. El sentido común y la experiencia de vida indican que para lograr curarse de una enfermedad y evitar posteriores secuelas o consecuencias por una mala cura, hay que acudir a un especialista. Sin duda conocemos personas, que no sólo pasan por alto la especialidad de quienes deberán tratar sus enfermedades, sino que van más lejos en su falta de responsabilidad consigo mismos y su entorno, y apelan al farmacéutico, la enfermera o incluso la curandera, para solucionar sus enfermedades. También conocemos los resultados que alcanzan: la mejor de las veces controlan los síntomas al tiempo que silenciosamente se agravan sus males, y la peor, terminan postrados o muertos.

Esta imperiosa necesidad de concurrir al especialista indicado, ante una dolencia física, existe aunque, sin tanta obviedad, en el ámbito jurídico.

Cuando una persona se encuentra frente a una dificultad legal, debe consultar a un abogado. Eso es algo que la mayoría de la gente tiene claro. Sin embargo, son muy pocas las personas que saben cómo elegir al profesional más adecuado para solucionar su problema. Si bien no hay recetas aquí listaremos algunas de las consideraciones que deberán tenerse en cuenta, para hacer una buena elección, considerando que de ese profesional dependerá “la cura” del mal legal que nos aqueja.

Abogados, hay muchos y todos están habilitados para trabajar en cualquier tipo de casos sean penales, civiles, laborales, etc. Sin embargo, una buena medida de cuidado es acercarse a aquellos que durante su vida profesional se han especializado de hecho y/o académicamente en la rama que se necesita.

En los casos de divorcio, bienes gananciales, régimen de visitas, tenencias, alimentos, o sucesiones por poner algunos ejemplos, los profesionales adecuados son aquellos que se dedican, dentro del fuero civil, al derecho de familia.

No todos son “buenos”, o responsables, o siquiera conocedores de las múltiples variables que se pueden jugar en los límites de los tribunales. Una buena medida para evaluar al profesional que se elegirá, más allá de las recomendaciones, es mantener una charla con el mismo y evaluar el “feeling”, o sea si nos sentimos cómodos, contenidos o seguros; su capacidad de escucha (porque deberá comprender la totalidad del conflicto para establecer una estrategia global); y la claridad o dificultad para expresar sus conocimientos porque de nada servirá un profesional al cual no entendamos a la hora de tomar decisiones. Este último punto es de primordial importancia porque hay que tener bien claro que el profesional podrá definir estrategias y las formas técnicas sobre cómo obtener resultados, pero absolutamente siempre, es el cliente quien toma las decisiones de acción, e irremediablemente siempre, es el cliente quien sufrirá las consecuencias del proceso, sean estas favorable o desfavorables.

Si bien existen precios orientativos sobre honorarios judiciales y extrajudiciales, la realidad es que cada profesional es libre de fijar sus honorarios en relación a la simplicidad o complejidad del asunto a tratar. Para no encontrarse con sorpresas desagradables, es útil establecer dichos honorarios antes de iniciar la relación de trabajo, como así también establecer de antemano el alcance de su actuación. Debe tenerse en cuenta que si bien una persona puede cambiar de letrado en cualquier momento del proceso esto no es lo deseable. Existen muchos profesionales que limitan su actuación a una determinada etapa del proceso. Por ello una buena medida es asegurarse de entrada que el profesional que se elija esté dispuesto a acompañar todas las instancias y si no es así, que forme parte de un equipo, que esté dispuesto a llegar hasta el final.

No hay edades para ser un buen o un mal profesional, sin embargo la experiencia en un caso judicial aporta el conocimiento de la letra chica y el de los atajos poco visibles para el no baqueano. Elegir un profesional experimentado en su trabajo, no da garantías de éxito, pero seguro baja las probabilidades de fracaso.

Como en todo, el sentido común, es clave para lograr objetivos. Es probable que un abogado que nos prometa éxitos rotundos o rápidamente se refiera a la otra parte como un enemigo a quien hay que aniquilar, nos genere algún entusiasmo. Sin embargo, se debe estar muy precavido frente a estos vendedores de ilusiones. Hay que tener presente que un acuerdo entre partes siempre es mejor opción que un juicio, y que en los casos donde no es posible el acuerdo, la prudencia y la cautela en el tratamiento de los expedientes son aliados fundamentales para lograr buenos resultados. Por esto, es una buena medida, no dejarse llevar por la ira, o el espíritu de venganza, y elegir un profesional con capacidad para la negociación y, sobretodo, prudente.

Por último, un conocido refrán que sintetiza que se debe tener en cuenta a la hora de elegir abogado:

“El Abogado ha de ser como la hoja de una espada... recto, flexible, brillante y acerado!”


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LA SEPARACIÓN



Divorciarse es una cuestión sencilla, más de forma que de fondo.

El gran problema es “separarse”. Esto sí, es difícil y nos atraviesa la totalidad de la existencia.

La separación de la persona con la cual en algún momento de nuestras vidas proyectamos, nada más y nada menos, que una familia nos impacta a nivel psicológico, físico, social, económico y finalmente, a nivel legal.

La bronca, la angustia, la pena, la tristeza, la desazón, la ira y el odio, todas las emociones extremas, por lo general se nos hacen presentes cuando nos encontramos frente a la situación de separación. Y esto es así, aún cuando seamos nosotros mismos quienes decidamos separarnos, sea por la razón que sea.

Ninguno de los dos miembros del matrimonio se sentirá feliz al momento de separarse, por la sencilla razón que la separación implica aceptar o que algo que queríamos -y evaluábamos como positivo para nuestras vidas- se ha terminado, o que en algún momento hemos cometido un error – una mala elección o decisión- que ya no podemos sostener ni remediar.

Es común, sobretodo en parejas de mediana edad, que transiten en un mismo matrimonio varias separaciones hasta llegar a la definitiva. En esos casos, también es común, que a la última separación, a la definitiva esas parejas lleguen destrozadas a nivel emocional, económico y muchas veces físico, en tanto algunas, incluso llegan a situaciones de violencia ante la imposibilidad de “parar la pelota a tiempo”.

Otras, parejas, generalmente de mayor edad, o más tradicionales, hacen de la pelea, la discusión y las separaciones “cíclicas” o “latentes”, una forma de vida, una forma de vinculación, y llegan a la vejez odiándose, a la vez que necesitándose porque ¿cómo podría un boxeador practicar su deporte favorito sin un contrincante dispuesto a pelear?

El encuadre socio-cultural, las pautas sociales del lugar donde se vive y se desarrolla la vida de pareja y de familia, juegan un rol importante a la hora de la separación. Existen parejas, que se mantienen unidas, a pesar de no encontrar un disfrute de a dos, porque no soportarían presentarse a la familia, al grupo de padres del colegio, o a los compañeros de trabajo, como separados. Experimentan la separación como un fracaso que no quieren hacer público y prefieren vivir mal, antes que aceptar públicamente que aquel proyecto de familia que tanto los entusiasmó y los movió durante años, no funciona más. Muchas de estas parejas, incluso, al tiempo que mantienen las apariencias, desarrollan vidas paralelas u ocultas, sin lograr tampoco en estas relaciones plenitud emocional alguna.

Dejamos intencionalmente de lado el tema de las limitaciones religiosas relativas al tema de la separación, en tanto aquellas parejas que no se separan por motivos religiosos, aún cuando no disfrutan de la convivencia, no necesitarán ningún otro asesoramiento, más que el que le dicte su conciencias y su fe.

Lo cierto es que aún para aquellas personas, que prefieren asumir cambios y tomar decisiones frente a situaciones que le son displacenteras, separarse es también una decisión compleja dado que no sólo los afectará en forma personal, sino que también afectará a su entorno: hijos, familia y amigos, quienes sin ninguna capacidad de decisión o elección deberán sobrellevar las consecuencias de la ruptura.

Es por esto que debe pensarse muy bien, si realmente, aquello que hoy nos molesta de nuestro cónyuge, reviste la gravedad de una decisión de separación y analizar si no existen vías de acuerdo o negociación que remedien el malestar y permitan continuar sanamente el proyecto de familia que se tiene. Es probable que después de determinada cantidad de años juntos, la rutina, el aburrimiento, o las crisis propias de cada edad, hagan pensar en una separación como una vía de escape. Pero también es probable que enfrentando y comunicando a cónyuge estas sensaciones, se pueda renegociar los términos de convivencia, generando un nuevo contrato, más acorde a las necesidades propias de este momento..

Ahora bien, si se tiene la firme convicción interna de que la separación es la única vía de alcanzar un bienestar, o si ya se ha intentado la vía de la renegociación y no hubo buenos resultados, la separación será la salida más favorable. Aún cuando produzca dolor en uno mismo y en el entorno, afrontar la decisión de separarse a tiempo, implicará también separase “bien” y evitará mayores dolores y desgastes.

Separase implica no sólo ponerle fin a la convivencia con el cónyuge, sino también la decisión de iniciar una vida “independiente” del mismo. Esto que suena a una verdad de Perogrullo, no es tan sencillo de asimilar y explica el por qué muchas parejas aún después de haber terminado la convivencia, siguen discutiendo por los mismos temas que discutían cuando estaban casados, o siguen intentando o efectivamente controlando a su ex.

Como dijimos, ponerle fin a la convivencia es lo realmente complejo. Una buena separación conyugal, si bien no rompe el vínculo matrimonial (ello sólo sucede por fallecimiento o por divorcio), nos conducirá no sólo a un “buen divorcio”, sino también a la posibilidad de iniciar una nueva y positiva etapa de nuestra vida.

Mantener la calma, tomar tiempo para analizar las situaciones, y asesorarse sobre las características y condiciones que conlleva una “separación” es clave insoslayable, si lo que se busca es mejorar la calidad de vida que se tiene.

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