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viernes, 9 de noviembre de 2007

LA SEPARACIÓN



Divorciarse es una cuestión sencilla, más de forma que de fondo.

El gran problema es “separarse”. Esto sí, es difícil y nos atraviesa la totalidad de la existencia.

La separación de la persona con la cual en algún momento de nuestras vidas proyectamos, nada más y nada menos, que una familia nos impacta a nivel psicológico, físico, social, económico y finalmente, a nivel legal.

La bronca, la angustia, la pena, la tristeza, la desazón, la ira y el odio, todas las emociones extremas, por lo general se nos hacen presentes cuando nos encontramos frente a la situación de separación. Y esto es así, aún cuando seamos nosotros mismos quienes decidamos separarnos, sea por la razón que sea.

Ninguno de los dos miembros del matrimonio se sentirá feliz al momento de separarse, por la sencilla razón que la separación implica aceptar o que algo que queríamos -y evaluábamos como positivo para nuestras vidas- se ha terminado, o que en algún momento hemos cometido un error – una mala elección o decisión- que ya no podemos sostener ni remediar.

Es común, sobretodo en parejas de mediana edad, que transiten en un mismo matrimonio varias separaciones hasta llegar a la definitiva. En esos casos, también es común, que a la última separación, a la definitiva esas parejas lleguen destrozadas a nivel emocional, económico y muchas veces físico, en tanto algunas, incluso llegan a situaciones de violencia ante la imposibilidad de “parar la pelota a tiempo”.

Otras, parejas, generalmente de mayor edad, o más tradicionales, hacen de la pelea, la discusión y las separaciones “cíclicas” o “latentes”, una forma de vida, una forma de vinculación, y llegan a la vejez odiándose, a la vez que necesitándose porque ¿cómo podría un boxeador practicar su deporte favorito sin un contrincante dispuesto a pelear?

El encuadre socio-cultural, las pautas sociales del lugar donde se vive y se desarrolla la vida de pareja y de familia, juegan un rol importante a la hora de la separación. Existen parejas, que se mantienen unidas, a pesar de no encontrar un disfrute de a dos, porque no soportarían presentarse a la familia, al grupo de padres del colegio, o a los compañeros de trabajo, como separados. Experimentan la separación como un fracaso que no quieren hacer público y prefieren vivir mal, antes que aceptar públicamente que aquel proyecto de familia que tanto los entusiasmó y los movió durante años, no funciona más. Muchas de estas parejas, incluso, al tiempo que mantienen las apariencias, desarrollan vidas paralelas u ocultas, sin lograr tampoco en estas relaciones plenitud emocional alguna.

Dejamos intencionalmente de lado el tema de las limitaciones religiosas relativas al tema de la separación, en tanto aquellas parejas que no se separan por motivos religiosos, aún cuando no disfrutan de la convivencia, no necesitarán ningún otro asesoramiento, más que el que le dicte su conciencias y su fe.

Lo cierto es que aún para aquellas personas, que prefieren asumir cambios y tomar decisiones frente a situaciones que le son displacenteras, separarse es también una decisión compleja dado que no sólo los afectará en forma personal, sino que también afectará a su entorno: hijos, familia y amigos, quienes sin ninguna capacidad de decisión o elección deberán sobrellevar las consecuencias de la ruptura.

Es por esto que debe pensarse muy bien, si realmente, aquello que hoy nos molesta de nuestro cónyuge, reviste la gravedad de una decisión de separación y analizar si no existen vías de acuerdo o negociación que remedien el malestar y permitan continuar sanamente el proyecto de familia que se tiene. Es probable que después de determinada cantidad de años juntos, la rutina, el aburrimiento, o las crisis propias de cada edad, hagan pensar en una separación como una vía de escape. Pero también es probable que enfrentando y comunicando a cónyuge estas sensaciones, se pueda renegociar los términos de convivencia, generando un nuevo contrato, más acorde a las necesidades propias de este momento..

Ahora bien, si se tiene la firme convicción interna de que la separación es la única vía de alcanzar un bienestar, o si ya se ha intentado la vía de la renegociación y no hubo buenos resultados, la separación será la salida más favorable. Aún cuando produzca dolor en uno mismo y en el entorno, afrontar la decisión de separarse a tiempo, implicará también separase “bien” y evitará mayores dolores y desgastes.

Separase implica no sólo ponerle fin a la convivencia con el cónyuge, sino también la decisión de iniciar una vida “independiente” del mismo. Esto que suena a una verdad de Perogrullo, no es tan sencillo de asimilar y explica el por qué muchas parejas aún después de haber terminado la convivencia, siguen discutiendo por los mismos temas que discutían cuando estaban casados, o siguen intentando o efectivamente controlando a su ex.

Como dijimos, ponerle fin a la convivencia es lo realmente complejo. Una buena separación conyugal, si bien no rompe el vínculo matrimonial (ello sólo sucede por fallecimiento o por divorcio), nos conducirá no sólo a un “buen divorcio”, sino también a la posibilidad de iniciar una nueva y positiva etapa de nuestra vida.

Mantener la calma, tomar tiempo para analizar las situaciones, y asesorarse sobre las características y condiciones que conlleva una “separación” es clave insoslayable, si lo que se busca es mejorar la calidad de vida que se tiene.

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