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viernes, 9 de noviembre de 2007

LA ELECCIÓN DEL ABOGADO


Seguramente nadie con sentido común acudiría a un traumatólogo para tratarse un acné, ni concurriría a un clínico general para encarar un tratamiento oncológico. El sentido común y la experiencia de vida indican que para lograr curarse de una enfermedad y evitar posteriores secuelas o consecuencias por una mala cura, hay que acudir a un especialista. Sin duda conocemos personas, que no sólo pasan por alto la especialidad de quienes deberán tratar sus enfermedades, sino que van más lejos en su falta de responsabilidad consigo mismos y su entorno, y apelan al farmacéutico, la enfermera o incluso la curandera, para solucionar sus enfermedades. También conocemos los resultados que alcanzan: la mejor de las veces controlan los síntomas al tiempo que silenciosamente se agravan sus males, y la peor, terminan postrados o muertos.

Esta imperiosa necesidad de concurrir al especialista indicado, ante una dolencia física, existe aunque, sin tanta obviedad, en el ámbito jurídico.

Cuando una persona se encuentra frente a una dificultad legal, debe consultar a un abogado. Eso es algo que la mayoría de la gente tiene claro. Sin embargo, son muy pocas las personas que saben cómo elegir al profesional más adecuado para solucionar su problema. Si bien no hay recetas aquí listaremos algunas de las consideraciones que deberán tenerse en cuenta, para hacer una buena elección, considerando que de ese profesional dependerá “la cura” del mal legal que nos aqueja.

Abogados, hay muchos y todos están habilitados para trabajar en cualquier tipo de casos sean penales, civiles, laborales, etc. Sin embargo, una buena medida de cuidado es acercarse a aquellos que durante su vida profesional se han especializado de hecho y/o académicamente en la rama que se necesita.

En los casos de divorcio, bienes gananciales, régimen de visitas, tenencias, alimentos, o sucesiones por poner algunos ejemplos, los profesionales adecuados son aquellos que se dedican, dentro del fuero civil, al derecho de familia.

No todos son “buenos”, o responsables, o siquiera conocedores de las múltiples variables que se pueden jugar en los límites de los tribunales. Una buena medida para evaluar al profesional que se elegirá, más allá de las recomendaciones, es mantener una charla con el mismo y evaluar el “feeling”, o sea si nos sentimos cómodos, contenidos o seguros; su capacidad de escucha (porque deberá comprender la totalidad del conflicto para establecer una estrategia global); y la claridad o dificultad para expresar sus conocimientos porque de nada servirá un profesional al cual no entendamos a la hora de tomar decisiones. Este último punto es de primordial importancia porque hay que tener bien claro que el profesional podrá definir estrategias y las formas técnicas sobre cómo obtener resultados, pero absolutamente siempre, es el cliente quien toma las decisiones de acción, e irremediablemente siempre, es el cliente quien sufrirá las consecuencias del proceso, sean estas favorable o desfavorables.

Si bien existen precios orientativos sobre honorarios judiciales y extrajudiciales, la realidad es que cada profesional es libre de fijar sus honorarios en relación a la simplicidad o complejidad del asunto a tratar. Para no encontrarse con sorpresas desagradables, es útil establecer dichos honorarios antes de iniciar la relación de trabajo, como así también establecer de antemano el alcance de su actuación. Debe tenerse en cuenta que si bien una persona puede cambiar de letrado en cualquier momento del proceso esto no es lo deseable. Existen muchos profesionales que limitan su actuación a una determinada etapa del proceso. Por ello una buena medida es asegurarse de entrada que el profesional que se elija esté dispuesto a acompañar todas las instancias y si no es así, que forme parte de un equipo, que esté dispuesto a llegar hasta el final.

No hay edades para ser un buen o un mal profesional, sin embargo la experiencia en un caso judicial aporta el conocimiento de la letra chica y el de los atajos poco visibles para el no baqueano. Elegir un profesional experimentado en su trabajo, no da garantías de éxito, pero seguro baja las probabilidades de fracaso.

Como en todo, el sentido común, es clave para lograr objetivos. Es probable que un abogado que nos prometa éxitos rotundos o rápidamente se refiera a la otra parte como un enemigo a quien hay que aniquilar, nos genere algún entusiasmo. Sin embargo, se debe estar muy precavido frente a estos vendedores de ilusiones. Hay que tener presente que un acuerdo entre partes siempre es mejor opción que un juicio, y que en los casos donde no es posible el acuerdo, la prudencia y la cautela en el tratamiento de los expedientes son aliados fundamentales para lograr buenos resultados. Por esto, es una buena medida, no dejarse llevar por la ira, o el espíritu de venganza, y elegir un profesional con capacidad para la negociación y, sobretodo, prudente.

Por último, un conocido refrán que sintetiza que se debe tener en cuenta a la hora de elegir abogado:

“El Abogado ha de ser como la hoja de una espada... recto, flexible, brillante y acerado!”


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